31 de diciembre de 2009

El año bicentenario.

En diez horas, minutos más, minutos menos, comenzará el tan anunciado 2010, año del bicentenario de la independencia y del centenario de la revolución; año en el que, para no perder la costumbre -si el presupuesto lo permite-, escucharemos discursos huecos, presenciaremos la aparición de libros sin sentido alguno, contemplaremos la construcción de monumentos de distinto estilo y valor estético y, por si fuera poco, nos hallaremos sometidos a campañas publicitarias intensivas en las que, de un modo u otro, se nos hará ver la importancia de ser mexicanos, democráticos, felices y, por supuesto, independientes.

Más allá de lo anterior, las preguntas que guían estas reflexiones son: ¿hacia dónde marchan los festejos del centenario y del bicentenario? ¿Qué anima a los gobernantes a realizar todo lo mencionado? Más importante aún, ¿cómo se entiende la historia desde el enfoque de las conmemoraciones centenaria y bicentenaria? Trataré de hacer un poco de claridad, desde mi perspectiva, sobre tales cuestiones.

Por principio de cuentas, vale anotar que las celebraciones que tendrán lugar el próximo año son, como quiera que se les vea, un par de sinsentidos, un par de conmemoraciones hueras que, por seguir con la costumbre, asocian el inicio de algo -si es que el mismo acotecimiento puede considerarse como un antecedente, directo y natural, de aquello que se constituirá en tanto significado del mismo o, dicho de otra manera, como "palabra clave" del proceso- con su resultado. Así, proclamar -tal y como hacen una televisora sin cerebro, una comisión del gobierno federal encabezada por un pseudo historiador, y decenas de comisiones estatales y municipales manejadas lo mismo por aficionados que por sanguijuelas políticas- que el próximo año se conmemorarán los "doscientos años de ser mexicanos" o que celebraremos "el cumpleaños doscientos de México", significaría que, por la sola obra del grito de Dolores, México habría aparecido como entidad geopolítica diferenciada, poseedora de un territorio y un gobierno propios -dicho en toda la amplitud del término-, cuando lo cierto es que, para todo efecto, el nombre mismo sólo servía para definir una intendencia de la Nueva España y, por consiguiente, a la ciudad que servía como capital de la misma y del virreinato en su conjunto. En cuanto al centenario de la revolución, parecería ser que los problemas son menores, dado que la derrota del PRI en el año 2000 ha conducido a que la celebración del 20 de noviembre se convierta en un asunto menor, visto que el partido en el gobierno no se asume como heredero de la lucha armada, ni intenta conectarse de forma directa con el acontecimiento.

El problema más grande a que la disciplina histórica se enfrentará el próximo año consistirá, justamente, en delindarse del cúmulo de despropósitos que autoridades, partidos políticos, comisiones varias, y sobre todo aficionados al manoseo del pasado, realizarán en medio de la efervescencia centenaria. El primer punto a atender es simple: ¿realmente el 16 de septiembre y el 20 de noviembre pueden verse como el inicio de aquello que concluyó en 1821 y en algún momento de la década de 1920? ¿O todo es parte de una simple dotación de sentido realizada, como es natural, a posteriori, mediante la cual se asumió que Iturbide era el consumador de la obra iniciada por Hidalgo, y que los gobiernos del maximato constituían el cierre del movimiento maderista? Si se mira con ojo crítico, resulta claro que todo es parte de procesos distintos: la consumación iturbidista -a la que hábilmente fue sumado un muy ingenuo Vicente Guerrero- se originó desde un proyecto distinto al acariciado por los conspiradores de Querétaro, mientras que los gobiernos posrevolucionarios tenían, por definición, ideas del poder, el bien común y la conformación del Estado, diferentes a las perseguidas por Madero en el Plan de San Luis. Por tanto, lo lógico es preguntar ¿qué celebraremos, si lo ocurrido en 1810 y en 1910 no tuvo el efecto discursivo que se le ha asignado? Es decir, ¿cómo asumir que se debe a Hidalgo -en una aberrante personalización de la historia- la independencia, o a Madero -nueva personalización- la modernidad nacional?

Un elemento que se pasa por alto en la euforia festiva es el hecho, tan simple como evidente, que aquello que se festejará -independencia, revolución- no pasó como tal el día en que se conmemorarán el bicentenario ni el centenario. Así, el 16 de septiembre de 1810, Miguel Hidalgo exclamó algo -que no se sabe bien a bien- en el atrio de la parroquia de Dolores, juntó a unos pocos seguidores, apresó a las autoridades del minúsculo poblado, liberó a los presos que se encontraban en la cárcel local... y nada más. O sea, de independencia, nada porque, para comenzar, la misma no se hallaba entre sus planes -por mucho que le quieran buscar algunos sesudos especialistas en la materia-, mismos que se centraban en la obtención de una mayor autonomía política y económica para el virreinato pero sin romper los vínculos con la metrópoli. En cuanto a la revolución, sabido es que Madero pidió a los ciudadanos inconformes con la dictadura porfirista que el 20 de noviembre de 1910, a las 6 de la tarde, tomaran las armas y se sumaran a su movimiento, y que quienes se hallaran en localidades alejadas de las principales poblaciones debían ponerse en marcha desde la víspera. Lógicamente, ante la información recibida, las autoridades estaban atentas a cualquier síntoma de rebelión y, como era de esperarse, el día 20 no sucedió nada.

Visto lo anterior, me permito reiterar mis preguntas: ¿qué se celebrará el próximo año en cada una de las magnas fechas recién mencionadas? ¿Es realmente "el cumpleaños de México" el 16 de septiembre? ¿El país sufrió una revolución -política, económica, social, cultural- el 20 de noviembre? La respuesta es simple: no, nada. ¿Para qué sirve, entonces, festejar? Bien... este... pues, obviamente, para lo que sirven los festejos patrios: para tomar un fragmento del pasado, eliminarlo de su contexto, y crear una continuidad ininterrumpida con el presente, trazando un muy equivocado proceso de larga duración -como lo son casi todas las largas duraciones, ficticias y plenas de rupturas que son dejadas de lado, Foucault dixit- que dote de identidad a México, como si éste pudiera entenderse desde una sola perspectiva homogeneizadora, como si todo el "ser del mexicano" -vaya despropósito, por mucho que Octavio Paz haya abundado sobre la materia- se explicara a partir de un par de momentos considerados fundacionales.

Sea como sea, los festejos del próximo año servirán para que, por un lado, existan quienes se dediquen a ensalzar, sin ton ni son, la labor de los prohombres que nos dieron patria, libertad, democracia y modernidad, mientras que no faltarán los anacrónicos o los descontextualizadores -muchos de ellos, oh desgracia, integrantes del propio gremio de historiadores- que cuestionarán qué clase de patria, libertad, modernidad y democracia tenemos el día de hoy, e incluso no faltará el loco que, por todos los medios a su alcance, pretenderá erigirse como el nuevo Hidalgo, el nuevo Madero o, inclusive -aunque nada tenga que ver con lo celebrado-, el nuevo Juárez. En la posmodernidad instantánea que permite eliminar los años transcurridos entre el "inicio" de cada proceso y su conclusión -poco evidente en el caso de la revolución o, cuando menos, carente de definición cabal-, lo primero equivale a lo segundo -como si comprar harina equivaliera a tener el pastel listo para ser deglutido-, los personajes trasponen sus horizontes históricos específicos, las categorías enunciativas se vuelven polvo ante el manoseo desmedido, y los teóricos del caos -por completo ignorantes a los mínimos planteamientos históricos serios- anuncian el inminente comienzo de otro movimiento, dado que la historia "se repite". Vaya patochada.

Feliz 2010 a todos los lectores de este textito. Esperemos que, más allá de la ola de estulticia que se dejará venir, sea un mejor año para todos y que, para quienes nos dedicamos a la divulgación de la historia -bien hecha, no cercana a Villalpando, Crespo, Rosas, Martín Moreno y simuladores de parecido cariz-, al menos se nos deje, para opinar, una pequeña parcela en el terreno donde todo mundo hablará de las fiestas, aun sin saber bien a bien de qué va la cosa.