Hoy dio inicio la esperada serie de Televisa Gritos de muerte y libertad. Con un reparto que abarca de lo sublime a lo ridículo, la empresa televisora pone su granito de arena para imbuir a los mexicanos un poco de conciencia histórica y, de paso, mostrar la visión que tiene del pasado nacional.
A primera vista, la serie promete: decorados de lujo, vestuarios impresionantes, utilería de primer mundo. Cierto es que tiene sus fallas en el vestuario —a mi gusto, le sobran encajes a las camisas de los realistas—, en las escenografías —la serie de escalones que dan acceso a la casa de Azcárate parece un disparate supremo— y en las caracterizaciones —dicho en breve, sobran barbas, sobre todo las de Primo de Verdad e Iturrigaray— pero, más allá de eso, el impacto visual es innegable sin resultar exagerado —como sí lo es, por ejemplo, el insondable escote con que Ana de la Reguera promueve, en espectacular afiche, la película Hidalgo— y, sobre todo, parece atinado.
¿Cuál es, entonces, el problema de la serie? Justamente, todo lo que se relaciona con los personajes. Por principio de cuentas, se apela a la clásica dicotomía entre buenos y malos, lo que no deja adivinar el sentido de las acciones emprendidas por los personajes. Así, los realistas ansían permanecer en el poder —en lo que no hay error alguno—, mientras que los criollos autonomistas, ya desde un principio, vislumbran que su causa quedará mocha si no busca, en algún momento, la libertad total de la Nueva España. Así, entre la santificación de los miembros del ayuntamiento de México y la asunción de éstos en tanto personajes poseedores de una clarividencia innegable, la serie arranca mal. Muy mal.
Viene luego el problema de los diálogos. ¿Quién diablos construyó los parlamentos de los personajes? ¿Por qué las únicas líneas vivas las pronuncia Miguel Rodarte —que personifica a Azcárate— al decir, con muy bien actuada furia, "un cura loco no va a cambiar nada", mientras que el resto de los héroes son de cartoncillo vil? Los héroes, de cartoncillo; los villanos, de paja. Si de algo ha carecido el primer episodio de la serie es de fuerza, más allá de una buena escena protagonizada por Mario Iván Martínez. El drama que se vive en la Ciudad de México entre agosto y septiembre de 1808 queda reducido a un enredo suave, a un problemilla pasajero. Lo que se juega, ni más ni menos que el poder y las riquezas de la Nueva España, se limita a un "Ajá. El virrey es un ladrón. Señor arzobispo, hay que frenarlo". "Sí, bien, así haremos". Tanta emotividad me conmueve.
Si los diálogos son para llorar, la dirección escénica es para morir, y no precisamente entre gritos, sino más bien víctima de algún susto... o de bilis. Dentro de la secuencia final, Gabriel de Yermo se apersona en la misma recámara del virrey —y lo pilla punto menos que en calzoncillos— y le sonríe malignamente. Lo ha cazado y echará abajo, en connivencia con los miembros de la Audiencia, sus planes autonomistas. Vaya, parecería estar bien, ¿o no? Pues no: al entrar los guardias de la Real Audiencia, el virrey sufre una cuadraplejia súbita —o al menos eso parece, toda vez que pronuncia unas frases ridículas y, de inmediato, queda inmóvil, con los brazos abiertos en cruz— mientras que, de la nada, sin señal alguna de por medio, Yermo aparece junto a la cama, como si de Satanás se tratara, rascándose satisfecho la barriga y con sonrisa socarrona incluida. Sólo le falta el tufillo a azufre.
Los personajes, entonces, aparecen a voluntad en el sitio en que el guionista lo ha prescrito. Tan es así que la siguiente escena representa a Azcárate, Talamantes y Primo de Verdad en pleno acto de dar con sus huesos en la cárcel; segundos después, los dos últimos son asesinados —con lo que la historia contada da por cierto algo que no se sabe a ciencia cierta, pero que resulta admisible en tanto interpretación—; segundos más tarde, a Azcárate le ha crecido una enorme barba —a la moda Montecristo/Jim Caviezel— y un letrerito anuncia "Ciudad de México, septiembre de 1810". Ah, caray. ¿No estábamos en 1808? ¿Cómo pasaron dos años así, sin sentirlos? Cierto es que el tiempo vuela, pero el modo en que la serie lo trata resulta... excesivo, por decirlo de algún modo. El tiempo vuela y las noticias también porque, encerrados en un foso pestilente, Azcárate y compañía saben del movimiento de Miguel Hidalgo —se ignora cómo han logrado enterarse—, saben que el tío no tiene la menor idea de cómo deberá guiar a las masas sublevadas, y ya vislumbran la independencia. Comunicaciones posmodernas en pleno siglo XIX.
Las enormes —léase e-nor-mes— fallas en los diálogos y en la secuencia misma de las imágenes se intentan remediar mediante textos insertados aquí y allá que, con lenguaje de peor libro de texto, tratan de explicar qué es lo que está pasando. Sin embargo, sirven de muy poco porque, en lugar de ampliar la información en la medida de sus posibilidades, se limitan a repetir lo que recién ha mirado el espectador. Así, tras observarse la prisión del virrey y de los miembros de ayuntamiento, una notita aclara: "el intento autonomista fue acallado con un golpe de Estado". Obvio, señores míos: eso se ha visto. No obstante, es posible que la televisora tenga muy en cuenta que el auditorio de la misma se compone de seres no pensantes y, por lo mismo, apele a la redundancia —que no a la explicación— para poner en claro las cosas. Aunque, pensándolo bien, si los espectadores son iletrados, ¿sabrán qué implica tal "intento autonomista", o qué significa dar un "golpe de Estado"? Se duda mucho. También dudo que los espectadores de esta miniserie encajen por completo en los parámetros del auditorio típico de telenovelas, con lo que los textitos lelos se convierten, no sólo en un sobrante, sino quizás en un insulto a la inteligencia.
Tal es, en resumen, la nueva serie histórica del monstruo televisivo. No sé qué pretendan con su exhibición porque, si como instrumento de divulgación histórica resulta un bodrio supino, como programa de televisión no lo es menos. Sin trama, sin personajes fuertes, sin diálogos convincentes, ¿qué será de estos gritos? Tal vez algo para morir... de la risa. Y eso que sólo se ha transmitido un capítulo; quedan doce listos para ser recortados.
Por cierto: si quiere usted, amable lector, saber quién o quiénes son los responsables de la sarta de errores aquí comentada, afine su vista supersónica y "apúntele bien", porque todos los créditos —un total aproximado de ocho páginas— aparecen en, a lo sumo, dos segundos al final del episodio.
Gracias por la crítica, así mejor me pongo a hacer mis tareas a la hora de la mentada serie. Pero mejor, recomiéndeme un libro (sobre esta parte de la historia de México, claro).
ResponderEliminarPerdona por no atender antes tu petición. Un buen libro sobre la independencia... pues hay varios contemporáneos a nosotros, escritos por Ernesto de la Torre, Ernesto Lemoine o incluso Luis Villoro —aunque no me gusta su aproximación, parece recomendable—. Están también los clásicos sobre el tema —Alamán, Mora, Bustamante— y el referente obligado, México a través de los siglos. Esto, como inicio, parece bueno.
ResponderEliminarGracias por la información, bueno el blog profesor, nada más tenga más tiempo busco alguno de los libros.
ResponderEliminarSiempre me interesó la historia, pero mis rumbos en la universidad me han llevado a otra parte, bueno es encontrar orientación e interesantes discusiones en este sitio.
Y eso que viste el episodio más rescatable... o como dirían, el "menos peor" jajajajaja
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